Los 7.567.207 ciudadanos obligados a votar, más otros 369.308 que viven en el exterior, definirán quien gobierna por los próximos cinco años entre los ocho candidatos.
Bolivia vivirá este domingo un momento bisagra en el año de su bicentenario. Se elige un nuevo presidente y la totalidad del Parlamento. Si las encuestas ratifican el clima político que se respira, habrá fin de ciclo. Una salida electoral hacia la derecha que marcará la pérdida de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS). Los 7.567.207 ciudadanos obligados a votar, más otros 369.308 que viven en el exterior, definirán quien gobierna por los próximos cinco años entre los ocho candidatos que se postulan para el Poder Ejecutivo.
La Constitución del estado plurinacional, vigente desde 2009, indica que habrá balotaje si nadie alcanza más del 50 por ciento de los votos válidos o el piso del 40%, pero con diez puntos de ventaja sobre el segundo. Según los sondeos de opinión, ninguno de los aspirantes a jefe de Estado ganaría en el primer turno. Los porcentajes más altos – que apenas superan el 20% – son de Samuel Doria Medina y Jorge Tuto Quiroga. Pero deberán postergar sus aspiraciones hasta el balotaje el 19 de octubre.
El voto está muy atomizado en la oferta electoral de la derecha. Se completa con el alcalde de Cochabamba y exmilitar, Manfred Reyes Villa; Rodrigo Paz, nacido en el exilio español de su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora y el alcalde del municipio de Santa Cruz, Jhonny Fernández.
La izquierda que gobernó Bolivia entre 2006 y 2020, con tres presidencias de Evo Morales y la última de Luis Arce, presentó dos candidatos muy jóvenes: Andrónico Rodríguez y Eduardo Del Castillo. El primero se alejó del histórico líder del MAS y perdió su apoyo; el segundo es el sucesor que eligió el actual mandatario cuando decidió no postularse. Ninguno llega a una cifra de dos dígitos en las encuestas.
La elección es muy especial no solo por las escasas chances para retener el gobierno de un MAS dividido. Una fuerza desgastada por internas y la crisis económica pavorosa, con rumores de corralitos bancarios, escasez de combustibles y hasta aceite comestible. También no tiene antecedentes porque Evo llama a anular el voto. El porcentaje que tiene esa opción de rechazo a las ocho candidaturas, el núcleo duro de indecisos que ronda un piso del 15 por ciento más los que voten en blanco, configuran un escenario demasiado fragmentado y de pronóstico incierto.
La última esperanza
De esta alquimia electoral puede provenir la última esperanza para el MAS. Si una porción considerable de indecisos y de quienes eventualmente desobedecieran a Morales apoyara a su candidato mejor posicionado, Rodríguez podría colarse entre Doria Medina y Quiroga para disputarles un lugar en el balotaje. Ese análisis se basa también en las divisiones que atraviesan a las organizaciones de base que resistieron el golpe de Estado de 2019.
El voto nulo también es una especie de plebiscito hacia el interior del MAS, donde el expresidente pone a prueba toda su capacidad de seguir influyendo en la política local. Como fuere, los votos anulados y blancos no son considerados válidos y solo cuentan para fines estadísticos. Por lo cual quedarían sobrerrepresentadas las candidaturas de la derecha que tienen algunos matices.
La derecha
Aquí la extrema derecha le reprocha a Doria Medina ser vicepresidente de la Internacional Socialista para América Latina y el Caribe. Aunque también estuvo a punto de integrar en 2020 una fórmula conjunta con Jeanine Áñez, la expresidenta de facto. En lo que están de acuerdo los candidatos que detestan al MAS, es en que irán por la cabeza de Evo si cualquiera de ellos ganara las elecciones. Reyes llegó a decirle en su acto de cierre: “Vas a estar preso, pendejo de mierda”.
En esa amplia oferta de candidaturas derechistas parece moderado el senador Paz, tan moderado que tuvo que endurecer su fórmula con la compañía de un ex policía, Edman “El Capitán” Lara. De perfil confrontador y autodenominado “candidato viral”, lo echaron de la fuerza por denunciar corrupción, lo procesaron en más de una causa y completa el binomio del Partido Demócrata Cristiano. Hacia esta fórmula también podrían ir votos ocultos o indecisos.
En Bolivia, votar es obligatorio y si no se presenta un elector pierde el derecho a realizar cualquier trámite ante organismos públicos o el sistema bancario, además de recibir una multa. También la movilidad se restringe al máximo el día de la elección y si un vehículo – cualquiera sea – es sorprendido sin autorización, resulta incautado, su conductor puede ser arrestado y multado.
Misiones
Al país llegaron catorce misiones internacionales para monitorear la elección y curiosamente, las dos más numerosas son de la OEA y la Unión Europea. Ambas organizaciones reconocieron al gobierno de facto de Áñez en 2019 después de que las fuerzas armadas coaccionaran a Morales para que abandonara el poder. La propia expresidenta retribuyó el apoyo en aquel momento desde su cuenta oficial: “Agradezco la llamada del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, su reconocimiento a nuestro gobierno de transición y el apoyo para convocar elecciones en el menor tiempo posible”. Hoy, Áñez apoya la candidatura de Doria Medina desde la prisión de Miraflores donde está detenida.
Quien resulte ganador en las elecciones será presidente hasta 2030 y si gana la derecha como indican las encuestas, su revanchismo y la conflictividad social irán en aumento con la promesa de Evo para volver con sus militantes a las rutas y las calles.
Postales de la crisis económica
Las filas de autos, combis y buses son la imagen de un conflicto entre los que necesitan gasolina y el gobierno nacional.
Hay en Bolivia una economía de subsistencia que se percibe en sus calles. El típico Paseo del Prado parece el barrio de Once potenciado o la avenida Avellaneda con veredas desbordadas de puestitos. En horas pico, la céntrica arteria multiplica sus peatones, sus colores, los bocinazos y la contaminación. Esa postal de la crisis económica no es seguramente la más dura. Porque siempre hay otra y otra. Todo depende del cristal con qué se mire. Pero que golpea en los últimos días del gobierno de Luis Arce es una realidad.
El salario mínimo en Bolivia es de 2700 pesos, que pasados al dólar blue representan 207 de la divisa estadounidense. Roxana, la mucama del hotel, cobra esa suma mensual. Con un extra de 150 bolivianos. Viajó a la Argentina cuando tenía 19 años para trabajar en talleres de costura manejados por compatriotas. Vivió en Laferrere, La Matanza, donde la explotaban en jornadas extenuantes. A las más jóvenes no las dejaban salir. A los hombres adultos sí. Una rémora de la sociedad patriarcal que todavía se mantiene.
Padeció el 2001 y recuerda que le pagaban en patacones. Hasta que volvió a su país, pudo comprarse una casita en esta ciudad con un crédito bancario durante el gobierno del MAS y vivir junto a sus dos hijas. Hoy tiene 42 años y sufre las dificultades presentes y por venir. Su historia es la de una mujer separada y único sostén de hogar. Este caso se multiplica por miles en una economía capitalista que empuja a la marginación social a personas que aún están peor que ella.
En El Alto, 500 metros más arriba de La Paz, las condiciones de vida no difieren demasiado. Hay trabajadores que bajan a esta capital para ganarse el sustento diario o que lo hacen salteado. Cobran cuando se demanda su mano de obra. Cuando no, se quedan en sus casas. En una calle paceña camino al Órgano Electoral Plurinacional (OEP), el pasacalles de un candidato a presidente define otra crisis que viene en el mismo paquete. La de los transportistas.
Manfred Reyes Villa, un duro de la derecha, promete “Gasolina y diésel a 5 bolivianos sin colas”. Las filas de autos, combis y buses son la imagen de un conflicto entre los que necesitan gasolina y el gobierno nacional. Una fuente que sabe del tema nos cuenta: “Nosotros importamos combustible porque no tenemos y como el gobierno de Arce no cuenta con divisas para comprarlo, escasea”.
Otra crisis dentro de la global que recorre el país, está provocada por la especulación con un insumo básico como el aceite comestible. Los precios subieron un 46 por ciento. Los sectores sociales y colectivos feministas que denuncian la falta de este producto esencial responsabilizan a los fabricantes y aquellos grupos que intervienen en la cadena de distribución.
Uno de los problemas económicos que quedó pendiente aún durante el período del milagro boliviano que lideró el MAS, fue la nunca concretada reforma tributaria. En Bolivia hoy solo un pequeño porcentaje de la sociedad que paga impuestos. La consecuencia es obvia: el 85 % de la economía boliviana es informal, un problema que ni siquiera se superó con un impuesto a las grandes fortunas. Apenas alcanzó a 152 personas a fines de 2020.