Radiografía de la batalla cultural – Noticias ultima hora

En su libro The Politics of Hate, Angelia Wilson recuerda que durante la Convención Republicana de 1992, Pat Buchanan –entonces candidato presidencial apoyado por el llamado movimiento paleolibertario y, particularmente, por Murray Rothbard– lanzó la noción de “guerra cultural” de acuerdo con la lectura bíblica de la derecha cristiana, afirmando que en aquellos años, dicha “guerra” era “tan crucial para el tipo de “nación que seremos como la La Guerra Fría lo fue, ya que esta guerra es por el alma de Estados Unidos”.

La disputa cultural a la que aludió Buchanan se fue tejiendo paulatinamente a partir de la creación de un conjunto de alianzas estratégicas “cobeligerantes” entre expresiones ultraconservadoras del cristianismo católico y evangélico, junto con otros sectores sociales abiertamente opuestos a las iniciativas progresistas. Si bien en estas alianzas había cierta diversidad de proyectos políticos, religiosos y económicos (a veces incluso contradictorios), sus miembros encontraron una posición común que les permitió articularse: el rechazo de la justicia social a través de la activación de una gramática de la guerra –como la llama Wilson– con implicaciones prácticas.

Ha sido en los últimos años cuando esta tendencia se ha exportado del circuito político estadounidense a otros países y regiones, en gran medida a través del activismo organizado en torno a redes como la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). En América Latina y España, la irrupción estridente de dicha gramática bélica, condensada en la noción reaccionaria de «batalla cultural», ha logrado generar un cierto ocultamiento de su historia, haciendo pasar por nuevo un proyecto político de varias décadas, en el que sus principios ideológicos, sus órganos impulsores y las estrategias desplegadas han logrado consolidarse ante una crisis global del liberalismo que ha posibilitado un cambio en el panorama político. correlación de fuerzas ahora favorable, en gran medida, a las salidas extremistas.

En términos prácticos, la “batalla cultural” se refiere a un intento por hacer que posiciones abiertamente racistas, clasistas, xenófobas, sexistas, negacionistas, etc., sean cada vez más aceptables en las sociedades de todo el mundo; un fenómeno que a menudo se analiza en términos de «abrir» la ventana de Overton. Por ello, los insultos públicos a líderes conservadores, la promoción de posiciones “políticamente incorrectas” o la demostración de una razón cínica que se regocija en la desigualdad, la explotación o el genocidio son, más que expresiones de “irreverencia individual”, parte esencial de una estrategia que ya se está desplegando en buena medida en gran parte del mundo.

Con sus obvias particularidades contextuales, esta apuesta muestra un conjunto de patrones comunes a nivel global en cuanto a la articulación ideológica de sus promotores, así como a las estrategias que llevan a cabo. El alineamiento ideológico de estos grupos es esencial para sus objetivos. Éste se construye a través de un triple movimiento que se desarrolla simultáneamente: a) una interpretación confesional –en clave conservadora– de la vida cotidiana, así como de la gran diversidad de problemas sociales; b) una lectura superficial de autores clásicos, principalmente de tradición austriaca (cuando existe), así como la difusión de materiales propagandísticos a través de campañas, presentaciones, etc., y c) el uso de las redes sociales para difundir ciertas ideas fuertes, poco analizadas y generalmente erróneas, fáciles de interpretar y memorizar, tales como: “el mercado es mejor que el Estado”, “la educación no debe ser ideológica”, “libertad contra el comunismo”, etc.

Esta articulación ideológica reaccionaria se promueve a través de un conjunto definido de actores y estrategias: a) medios y comunicadores, que construyen campañas repetitivas basadas en noticias falsas y explicaciones falaces sobre temas complejos; b) académicos que, si bien no suelen tener reconocimiento en el circuito universitario, aportan ideas “científicas y racionales” contra la justicia social; c) organizaciones “civiles” y/o religiosas, a menudo financiadas por fundaciones o capital privado monopólico, que son “activadas” por políticas orientadas a la justicia social, contra las cuales luchan; d) supuestos líderes sociales, generalmente sin representación, pero con gran presencia mediática, que concentran la disputa pública con sectores y organizaciones progresistas o con gobiernos que promueven políticas progresistas o sociales en diversos grados.

Ahora bien, es posible decir que esta “batalla cultural” tiene éxito –en diversos grados– cuando: a) comienzan a formarse en la sociedad grupos que, aunque inicialmente minoritarios, encarnan públicamente el rechazo a la justicia social en sus diferentes dimensiones; b) se cuestiona con éxito la idea de justicia social en el sentido común del pueblo; c) se forman partidos políticos de extrema derecha o se provoca que partidos políticos de derecha “moderados” existentes decidan mover su programa y/o retórica hacia posiciones cada vez más antidemocráticas y antiprogresistas, y d) candidatos a cargos electos que encarnan una retórica reaccionaria comienzan a ganar posiciones a través de elecciones, lo que abre la posibilidad de que dichos enfoques se conviertan gradualmente en el eje a partir del cual se generan las políticas de gobierno.

Si bien ciertos rasgos de la reaccionaria “batalla cultural” se han dado en México desde hace varios años, actualmente nos encontramos en una situación de “alto voltaje” para la incipiente nueva extrema derecha, en la que cada uno de los componentes antes mencionados opera de manera abierta y ordenada. El escenario actual permite considerar la necesidad de contrarrestar esta tendencia desde la diversidad de posiciones progresistas y de izquierda. Y esto exige reconsiderar la relevancia de la formación política y la educación popular.

Por Mauro Jarquín Ramírez, politólogo

28 de octubre de 2025

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