La situación: la crisis de la gramática del poder – Noticias ultima hora

Cada época de civilización trae consigo -o traduce- su propia La gramática del poder. Una gramática que revela cómo su orden lingüístico configura el orden sociopolítico en cuestión[i] y/o Poder, que no puede entenderse fuera de los marcos lingüísticos que lo proclaman y sustentan; donde su institucionalización como autoridad depende de la capacidad del bloque histórico dominante para organizar su discurso a partir de ciertas reglas de formación, legitimación y circulación. Una gramática que no es ajena a la noción de control epistémico, que se refiere a la capacidad del lenguaje para delimitar qué tipos de proposiciones pueden formularse como verdaderas, legítimas o válidas dentro de un determinado orden discursivo; que Foucault (1969) resumió cuando afirmó que: “Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general de verdad.«[ii]

En los tiempos modernos, esta gramática ha sido establecida por el Estado como democracia liberal, configurando como su sintaxis el trivium de poder: ejecutivo, legislativo y judicial que, actuando independientemente uno del otro, mantendrá en equilibrio el poder y la validez del recién establecido orden burgués; es decir, la declaración o expresión semántica de su forma de vida capitalista, enmarcada como una Carta Magna en un discurso constitucional y legal que defiende los derechos de quienes gobierna.

Pero este discurso y sintaxis, lejos de ser un componente técnico y neutral del poder democrático, funcionará como su operador ideológico, capaz de organizar una nueva forma de dominación, fortaleciendo y/o cuestionando las relaciones de autoridad a su favor. Esta formulación sintáctica fue expresada a mediados del siglo XVIII por el filósofo y jurista francés Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, en su obra el espíritu de la ley, como una crítica de la gramática del poder despótico de los estados y gobiernos premodernos que, según él, se basaban en el miedo. Una propuesta que desde entonces se ha convertido en un referente para las democracias y constituciones liberales de la nueva era, encabezada por el recién constituido entonces: Estados Unidos (1787). Gramática que, finalmente, combina como verdadero significado el fetiche democrático «gobierno del pueblo y para el pueblo» y la identidad nacional, su(s) imaginario(s) mítico(s) y romántico(s).

En este marco, la crisis de civilización que afecta actualmente a la era moderna se marca, se traduce y se realiza en la gramática política adecuada. De esta manera, tenemos actualmente en Estados Unidos -al borde del declive hegemónico global- el poder ejecutivo, encarnado en Donald Trump, robándose los otros dos poderes, tirando frenos y contrapesos, y rompiendo, no sólo el equilibrio de su propio sistema, sino transfiriéndolo al resto del mundo. En su efecto, pretende, al tiempo que restaura la gramática anacrónica y rancia del poder despótico sostenido por el miedo, sacar su creencia hegemónica en el «destino manifiesto» de la crisis en la que está atrapado. Por su parte, en Colombia, la gramática del poder frentenacionalista dominante durante más de doscientos años y la imitación misma de la democracia liberal propia del Estado moderno, entra en confusión a finales del primer cuarto del nuevo siglo XXI, con la llegada al poder de un discurso definido como progresista, -que sólo el frente moderno intenta ignorar-. Confusión y contradicción que revela, por un lado, que esta gramática moderna del poder no funcionó en el país, ya que no era necesaria para sus agentes dominantes, cuya semántica correspondía a términos terratenientes premodernos, como afirma y demuestra Guillén Martínez.[iii]. La crisis de esta gramática hegemónica en el país se evidencia actualmente en la forma en que la mayoría de sus congresistas -tanto senadores como diputados- y sus jueces en diversos tribunales de justicia, intentan impedir la continuidad del recién abierto diálogo progresista modernizador, poniendo trabas, en las instancias procesales pertinentes, a proyectos de reforma, procesos también presentados, barexers. involucrar por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE) a sus organizaciones políticas y partidarias -en la coalición de gobierno-, lo que les permite participar en el venidero proceso electoral de 2026; insistiendo, de esta manera, en mantener vigente su excluyente y anacrónico discurso bipartidista como portavoz del Centro Democrático y su dupla de derecha: Santista-Uribista. La confusión y contradicción que deviene en su propia división preelectoral para elegir candidatos, y en un juego sucio apuestan contra sus oponentes del Pacto Histórico, visible en el lenguaje informativo y la difusión de fake news sobre corrupción en entidades públicas en sus medios.

De esta manera, y en medio de una transición civilizatoria, nos encontramos -en nuestro hemisferio- con la afirmación de dos discursos anacrónicos de poder, que vuelven a tener vigencia. En Estados Unidos, con un presidente que recurre a una gramática de «matices despóticos», premodernos y anticuados con la intención de revivir su moribunda hegemonía moderna; y, en Colombia, con los demagogos de la vieja gramática excluyente, clientelista y corrupta frentenacionalista, resistiéndose al alineamiento con los significantes, significados y referentes de la gramática de la misma era moderna. Vale la pena recordar que durante el largo siglo de hegemonía de ejercicio de su gobierno bipartidista, actuaron como déspotas contra la modernización del país, presidiendo las leyes y los procedimientos judiciales de trabajadores, campesinos, nativos, negros, mujeres, etc., excluyéndolos y haciéndolos invisibles, tratados como plebeyos, es decir, como plebeyos.población marginal y peligrosa, objetivo prioritario de los mecanismos punitivos de la sociedad» (Foucault[iv]), de acuerdo con su lenguaje de violencia sociopolítica.

También, que la gramática de la tan mencionada democracia liberal no fue hegemónica en el mundo moderno -como creemos y/o sus portavoces, medios y académicos no pretenden convencernos-, como si «fuera de ella no hubiera salvación» para ordenar el ejercicio del poder, la gestión carne de res o los asuntos públicos y la convivencia político-social de hombres y mujeres del mundo; Pues bien, en el siglo XXI encontramos regímenes despóticos, monárquicos, dictatoriales combinados y asociados a regímenes democrático-liberales, donde para la potencia mundial dominante en su conjunto, lo que menos importa es la división y equilibrio del poder, la participación de sus gobernados y el respeto a sus derechos constitucionales. Finalmente, en esta era moderna lo que importaba era la validez del significado del lenguaje y sus condiciones de explotación, acumulación y dominación capitalista.

Por otro lado, tenemos que la inminente llegada de una nueva era en la que el orden del mundo estará mediado por el reconocimiento, mantenimiento y abundancia de la diversidad en todos sus casos, hará necesaria y posible la convivencia de diferentes gramáticas del poder, que tienen como referencia la actual constitución como seres humanos de los hombres y mujeres que habitan el planeta. Cuyos modos de discurso político corresponden a grafías cogestionadas y autogestionadas: económica, social, cultural y democrática radical y plural, en palabras de Ernest Laclau y Chantal Mouffe, en permanente deconstrucción porque su “Las cadenas de equivalencia siempre están abiertas e incompletas.«[v] y dar sentido y significado a la participación, la libertad y el bienestar humano a partir de su carácter permanente y requisitos actualizados.


[i]Agustín V. Arrancadores (2025). Gramáticas del poder. Nasáu: LeFortune

[ii] Foucault, M. (1969). La arqueología del saber. París: Gallimard.

[iii] Guillén M. Fernando. (1996) El poder político en Colombia. Planeta. Colombia.

[iv] Foucault. La Microfísica del Poder (2019) Buenos Aires: El Siglo XXI.

[v] Ernesto Laclau (2000) Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Nueva Visión Buenos Aires.

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