A finales de la década de 1980, el crecimiento del mundo postideológico marcó el inicio de una etapa en la que cualquier perspectiva transformadora del futuro desapareció de la escena política. Esta desaparición de las visiones emancipatorias y utópicas, que estaban profundamente arraigadas en el comunismo y el anticolonialismo, no solo significó el comienzo de una prolongada crisis de la izquierda, sino también un periodo en el cual todo el imaginario político quedó sometido a la lógica económica y tecnocrática. Tanto (post) marxistas, socialdemócratas, liberales como conservadores perdieron la fe en el futuro, así como el interés por la representación del presente, cayendo en una búsqueda nostálgica de “ideales perdidos”.
Sin embargo, en la actualidad, y dada la historia reciente, es evidente que no existen visiones claras del futuro, a pesar de las aspiraciones de algunos analistas y pensadores. Aunque puedan argumentar en favor de una supuesta nueva extrema derecha que respete los ideales del pasado, lo que realmente encontramos es un futuro prometedor que no es más que una repetición de las ideas del “centro extremo”, que sigue la misma lógica del Estado tecnocrático. A esta postura se suma una explotación del anhelo popular, intentando reactivar recuerdos de “los viejos tiempos de oro” y la necesidad de restablecer un “orden natural” que ha sido desmoronado.
Un ejemplo destacable de este fenómeno es el Trumpismo, un movimiento que, a pesar de las encuestas que lo sitúan en un plano de “futurismo” tecnológico, en realidad persigue un proyecto de retorno a un pasado idealizado. En su discurso, Trump ha manifestado su deseo de continuar con lo que él llama “nuestro destino manifiesto a las estrellas”, mencionando incluso la posibilidad de enviar astronautas a Marte. Esto refleja un revisionismo histórico que anhela recrear las condiciones de la Unión Europea en el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, buscando restablecer lo que consideran un pasado próspero, específicamente el año 1913, que sirve como justificación para sus políticas arancelarias draconianas a nivel global.
Al igual que Trump, que prometió regresar a una “Edad de Oro”, se refiere a un momento caracterizado por la gran riqueza bajo la presidencia de William McKinley (1897-1901). Esta visión incluye el desprecio por las transformaciones sociales y las dinámicas contemporáneas que han sido consolidadas en el orden constitucional actual. En este contexto, el enfoque de Elon Musk y su empresa SpaceX es revelador. Su intento de promover la colonización espacial no busca verdaderamente una nueva visión del futuro basada en los viajes interplanetarios, sino que se ha convertido en una herramienta de promoción personal y económica que refuerza el status quo en la Tierra, manteniendo así el mismo sistema que critican.
El regreso que anhelan algunos, incluidos los seguidores de Trump, es un regreso al pensamiento y a las políticas más arcaicas, una lucha por restaurar lo que ellos consideran una “aceleración” de su tiempo. Sin embargo, esta idea de “aceleración” es en sí misma problemática; es un proceso que trata de revitalizar prácticas y modelos de dominación que aún no han sido verdaderamente superados, como lo demuestra la situación en Gaza, Groenlandia o Panamá.
Es aquí donde aparece una nueva forma de ver el “futuro”, lo cual se encuentra distorsionado por un concepto engañoso de “fascismo” que evita captar su especificidad. Este déficit proviene tanto de la falta de fantasía dentro de la izquierda y el liberalismo, como de su obsesión por una historia que ya no resulta representativa. Aunque los movimientos fascistas clásicamente proyectaron una imagen moderna centrada en la creación de nuevas comunidades, lo que se observa en el Trumpismo es una abrazadora del nacionalismo y políticas proteccionistas, donde la obsesión por los aranceles y la defensa de las identidades culturales se han acentuado ante la amenaza percibida de la globalización.
Trump, como figura representativa de este fenómeno, ha logrado captar la realidad de un mundo que cambia y de una caída imperial que no se puede simplemente atribuir a potencias como China. Este contexto ilustra la complejidad de las dinámicas contemporáneas, en un mundo en que la nostalgia por el pasado y la inseguridad del presente se entrelazan constantemente.
13 de abril de 2025