Cien días después de la nueva presidencia de Trump, quien ostenta los títulos de 45 y 47 presidentes de Estados Unidos, podemos observar una serie de fenómenos políticos que han capturado la atención tanto de los analistas como del público en general. Esta situación se asemeja a la doble presidencia de Grover Cleveland en los años entre 1885 y 1889, y nuevamente de 1893 a 1897. Este periodo se ha convertido en un punto de referencia tradicional para evaluar el desempeño de cada nueva administración. Mientras los comentaristas se encuentran en un cruce de opiniones, observando un panorama de alzas y caídas en la aprobación presidencial, hay quienes verán en el actual gobierno la radicalización de una agenda que ha llevado a lo que algunos describen como «brujas» reaccionarias en torno a las políticas migratorias. La percepción y el entendimiento de esta situación dependen en gran medida de cuán seria se considere la actual administración. Se hace imperioso, entonces, un análisis más profundo que podría estar respaldado por la retrospectiva de su primera presidencia.
En este contexto, el trabajo del académico Corey Robin, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Nueva York (CUNY), se vuelve particularmente relevante. Robin, quien ha sido influenciado por el reconocido marxista Arna J. Mayer, es un especialista en el arte del conservadurismo y ha publicado obras significativas, como Mente de reacción: Conservatismo de Edmund Burke a Donald Trump, que es considerado en gran parte como un «vaticinio sobre Trump». Este análisis resulta interesante y serio, no solo por el contenido, sino porque ofrece un marco contemporáneo para evaluar el legado de Trump hasta ahora.
Uno de los ejes centrales de su obra es el deseo de examinar cómo la figura de Trump representa un producto del conservadurismo estadounidense, uno que parecía inevitable en su aparición. En contraposición a muchos analistas liberales que ven sus acciones como meramente la manifestación de un nuevo «fascismo», Robin presenta una visión compleja, analizando cómo la estructura social del momento está cargada de privilegios cuyo cuestionamiento es crucial en el contexto actual. Además, argumenta que la innovación en el pensamiento conservador está restringida en la sociedad contemporánea de Estados Unidos, un fenómeno que merece atención.
Sin embargo, Robin subraya que, aunque los conservadores a menudo añoran un regreso a «los viejos tiempos», la figura de Trump ha introducido algo inédito a nivel retórico: el fundamentalismo del mercado. Si bien es cierto que su administración no ha realizado cambios significativos en esta área, la retórica populista que empleó durante su mandato rompió con las dinámicas típicas de la derecha estadounidense, lo cual se hizo más evidente en su segundo mandato.
En su papel de «gran empresario», Trump se ha proyectado como un capitalista que manipula la tradición política existente para sus propios fines. Robin observa que no solo careció del «coraje» necesario para desafiar el concepto de «Libre Comercio», sino que sus posturas sobre la globalización reflejan una visión errónea, casi en un trance de ideas que limita su comprensión de la economía contemporánea. Las políticas arancelarias que promovió son vistas como tentativas de conectar a los ciudadanos estadounidenses con un pasado romantizado, aunque generalmente no lograron alcanzar ese propósito.
A pesar de todo, Robin se resiste a categorizar a Trump como un fenómeno fascista. Durante su primer mandato, el riesgo de que se destruyan instituciones democráticas fue real, pero no fue su única preocupación, pues también se concentró en los principios políticos en juego. En este sentido, plantea que los desafíos democráticos de Estados Unidos están enraizados en un orden constitucional obsoleto que favorece el «poder minoritario», sugiriendo que este tipo de estructura es —de alguna manera— casi opuesta al fascismo.
Hoy, el diálogo gira en torno a una «Crisis constitucional», como menciona Samuel Moyn, un fenómeno que intenta eludir la discusión sobre las políticas y la retórica. Este enfoque sugiere que las instituciones o los tribunales son los salvadores de una democracia tambaleante, lo cual no solo es cuestionable, sino que también responde a la crítica de Robin de que estas mismas estructuras facilitaron el ascenso de Trump. Al analizar los primeros meses de la nueva presidencia, se observa que, aunque Trump contaba con un equipo diferente y más consolidado, su control sobre el estado no fue tan total como se preveía.
Al rememorar el primer gobierno de Trump, se subraya que las iniciativas que impulsó durante esos días eran mayormente destructivas pero no estaban bien consolidadas. De hecho, durante esos primeros días, la administración no logró aprobar legislación significativa, quedándose relegada a órdenes ejecutivas que podían ser revertidas fácilmente. La retórica predominante seguía siendo una proyección de su propia narrativa, y al igual que en su primera administración, muchos de sus actos parecían más simbólicos que efectivos para el cambio real.
Así, a medida que avanzamos en este nuevo capítulo de la política estadounidense bajo Trump, se hace evidente que estamos ante un fenómeno que, aunque disruptivo, también revela la fragilidad de las estructuras políticas existentes.
3. Mayo de 2025. Años