El fútbol argentino volvió a escribir una de esas historias que van más allá del juego en sí, llenas de emoción y simbolismo. Ignacio «Nacho» Russo marcó un gol inolvidable en el Estadio Coloso de Marcelo Bielsa, en Rosario, este fin de semana. No sólo por la importancia de la palabra en el deporte, sino también por el profundo homenaje que representó: fue el primer gol del delantero del Tigre tras la muerte de su padre, el histórico entrenador Miguel Ángel Russo.
Este momento se vivió en un contexto especial. Antes del inicio del partido entre Newell’s y Tigre, todo el estadio se puso de pie para rendir homenaje al querido técnico que dejó huella en clubes como Boca Juniors, Rosario Central, Vélez Sarsfield y muchos otros. Camisetas ondeando al viento, pañuelos al cielo y fuertes aplausos dieron paso a un respetuoso minuto de silencio que conmovió a todos los presentes.
Nacho, de rostro reservado y mirada dirigida al cielo, no pudo contener las lágrimas durante el homenaje. Fue su ciudad, su gente y el último adiós de su padre, lo que le forjó no sólo como futbolista, sino también como persona.
Sin embargo, las emociones alcanzaron sus niveles más altos durante el partido. Tras marcar el gol, Nacho corrió sin rumbo, se tapó la cara con las manos y rompió a llorar. Arrodillado sobre el césped rosarino, le dedicó el gol al hombre que fue su guía dentro y fuera de la cancha. Sus compañeros lo rodearon en un conmovedor abrazo grupal que reflejó la solidaridad y el respeto del mundo del fútbol.
El gol de Nacho Russo no sólo dio la ventaja al equipo. Fue, sobre todo, una ofrenda de amor, una despedida del baile como vehículo del alma. En Rosario, donde su padre tantas veces dirigió y dejó una huella imborrable, Nacho le rindió el mejor homenaje posible: siguió adelante, con el corazón en la manga y el nombre de Russo brillando en lo más alto.
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